MENSAJE
DE LA M. PRESIDENTA PARA LA
CUARESMA
Sor Mª
Teresa Dominguez Blanco
Prot.03/18
Badajoz, 19 - II - 2018
A TODAS
LAS HERMANAS DE FEDERACIÓN
¡Queridas hermanas, el
Señor os dé su paz!
En el inicio de una nueva
Cuaresma, la madre Iglesia nos regala “la posibilidad de volver al Señor con
todo el corazón y con toda la vida”[i], junto a vosotras me uno a
esta invitación y me atrevo a compartiros algunas reflexiones que al hilo de la
rumia orante de los textos de la hermana y maestra Clara, vienen resonando en
mi mente y corazón.
En
primer lugar, la Cuaresma se nos presenta como ocasión favorable para pararnos,
tomar en peso la vida de seguimiento del pobre crucificado y respondernos: ¿qué
vivo y desde dónde lo vivo?, ¿qué busca y tras de qué o quién va mi corazón? A
partir de aquí, la Cuaresma nos es dada como tiempo para la conversión, como
tiempo providencial para regresar a la casa del Padre en cuanto hijas muy
amadas y siempre esperadas, para retomar el camino que Clara describe con los
calificativos de simple, humilde y pobre, todos ellos enmarcados en una vida
religiosa en común, en una fraternidad concreta. Cuando se nos invita
insistentemente a regresar, a volver de algún lugar lejano, actitudes o estado
contrario a los compromisos libremente abrazados, de algún modo se nos está
diciendo que nos hemos alejado, separado o extraviado, olvidando nuestro
propósito, la Razón y el por Quién estamos o permanecemos en el monasterio.
Posiblemente en el camino nos hemos dejado seducir y hemos escuchado a los
falsos profetas, que “son como encantadores de serpientes, o sea, se aprovechan
de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas a donde
ellos quieren”[ii],
haciendo que nos distraigamos, detengamos, perdamos el horizonte y olvidemos el
punto de partida que nos dirigía hacia el encuentro con “quien habíamos elegido
con toda el alma y todo el afecto del corazón”[iii]. La Cuaresma entonces es
la señal de cambio de sentido para retomar la dirección adecuada que nos lleva hacia
el seguimiento estrecho de Quien por nosotras se hizo camino.
Permanecer
en este camino requiere por nuestra parte, “comprometernos voluntariamente una
y otra vez”[iv] a llevar una vida digna
de nuestra vocación[v] y
elección, a conocerla y custodiarla cada vez más para que, “con la ayuda del
Señor, restituyamos multiplicado el talento recibido”[vi]. Hermanas, “habiéndonos
llamado el Señor a cosas tan grandes…[vii], estemos atentas, para
que, si hemos entrado por el camino del Señor, de ningún modo nos apartemos
jamás de él por nuestra culpa e ignorancia”.[viii]Ser llamadas implica ser
convocadas junto con otras, no existe seguimiento sin fraternidad, discipulado
sin sororidad. Transitar por el camino del pobre crucificado exige
necesariamente adentrarnos en un verdadero camino de liberación interior para
llegar a vivir como verdaderas hijas y hermanas y no sólo para conformarnos con
parecerlo. Pero además, “este camino de liberación, que conduce a la plena
comunión y a la libertad de los hijos de Dios”[ix] reclama de nosotras un
compromiso ascético personal y cotidiano (“Este programa no tiene edad y no
puede pasar de moda. Es siempre actual y siempre necesario”[x]), insustituible e
inherente no sólo ni exclusivamente a la vida religiosa: “la ascesis, que
comporta una negativa a seguir nuestros impulsos e instintos espontáneos y
primarios, es una exigencia antropológica antes de ser específicamente
cristiana… Pero esto no vale sólo para los jóvenes, ya que la estructuración de
una persona no está nunca acabada.”[xi]
Y
es aquí donde, tanto Clara como el magisterio de la Iglesia, nos exhortan y
amonestan con fuerza y claridad: “Los santos fundadores han insistido de una
forma realista en las dificultades e insidias que conlleva el paso del hombre
viejo al nuevo. Ellos fueron conscientes de que la comunidad no se improvisa,
porque no es algo espontáneo ni una realización que exija poco tiempo”[xii] o casi nada de cada una
de nosotras. Clara en su magisterio repetidamente nos lo recuerda: “Las
hermanas no se apropien nada para sí, ni casa, ni lugar ni cosa alguna. Y cual
peregrinas y extranjeras en este mundo, sirvan al Señor en pobreza y humildad”[xiii]; Y las hermanas que son
súbditas, recuerden que renunciaron por Dios a sus propios quereres”[xiv]; y sobre todo: “Amonesto
y exhorto en el Señor Jesucristo a las hermanas, a que se guarden de toda
soberbia, vanagloria, envidia, avaricia, preocupación y afán de este mundo,
difamación y murmuración, disensión y división. Sean en cambio, solícitas por
mantener entre todas la unidad del mutuo amor, que es el vínculo de la
perfección”[xv]. Y
es en esta última exhortación donde quisiera detenerme un poco más.
Una
de las particularidades que caracterizan el carisma clariano-franciscano es la
calidad de la vida fraterna, la cercanía y calidez en las
relaciones interpersonales, hasta el extremo de tomar la imagen de la relación
materno-filial: “Y con total confianza manifieste la una a la otra su
necesidad, porque si la madre ama y nutre a su hija carnal, ¡cuánto más amorosamente
debe cada una amar y nutrir a su hermana espiritual!”.[xvi] Clara, aplicando este
símil a las relaciones entre hermanas, ha dado una vuelta de tuerca a las
exhortaciones de Pablo sobre el vivir según las obras de la carne o los frutos
del Espíritu: “las hermanas deben guardarse de las obras de la carne y desear
el Espíritu Santo y sus obras”[xvii]. Ella, para esta
amonestación, toma los versículos 7 al 12 del capítulo X de la 2R pero “añade
de su mano, ´disensión y división´… Francisco, como en otros escritos suyos,
había realizado una precisa selección: los pecados descritos rompen la armonía
en la relación con Dios (cuidado y solicitud de este mundo), consigo mismos
(soberbia, vanagloria), con los otros (avaricia, envidia, difamación y
murmuración). Como se puede ver, el acento se coloca sobre los pecados que
inciden en las relaciones fraternas”. Clara, al añadir “disensión y división”,
no hace más que señalar de forma concreta a los enemigos de la unidad en una
vida de fraternidad: este binomio es consecuencia directa de la difamación y
murmuración.[xviii]
Guardarse
de determinas actitudes que generan una triple división en las relaciones con
Dios, con nosotras mismas y las demás y ser en cambio, muy solícitas en el
cultivo de otras que fomentan la unidad, “exige el coraje de la renuncia a sí
mismas en la aceptación y acogida incondicional de la otra… La comunión es un
don ofrecido que exige al mismo tiempo una respuesta, un paciente entrenamiento
y una lucha para superar la simple espontaneidad y la volubilidad de los
deseos. El altísimo ideal comunitario
implica necesariamente la conversión de toda actitud que obstaculice la
comunión”[xix].
¡Cómo resuenan aquí las enseñanzas de nuestros maestros!: “y ninguno de los
hermanos que sepa que ha pecado, lo avergüence ni hable mal de él, sino que
tenga para con él gran misericordia y mantenga muy en secreto el pecado de su
hermano”[xx] y “la abadesa y sus
hermanas deben evitar airarse y turbarse por el pecado de alguna, porque la ira
y la turbación impiden en sí y en las otras la caridad.”[xxi] A esta conversión de
actitudes concretas, desde hace tiempo, el papa Francisco nos está llamando.
Desde el inicio de su
pontificado y en los discursos que dirige especialmente a los religiosos,
condena reiteradamente la fuerza destructora del cotilleo que genera muerte y
es anti-signo del Reino y su justicia. Hace poco nos dijo que “las divisiones,
guerras, aislamientos los vivimos también dentro de nuestras comunidades,
dentro de nuestros presbiterios, dentro de nuestras Conferencias episcopales ¡y
cuánto mal nos hacen! Jesús nos envía a ser portadores de comunión, de unidad,
pero tantas veces parece que lo hacemos desunidos… Se nos
pide ser artífices de comunión y de unidad; que
no es lo mismo que pensar todos igual, hacer todos lo mismo. Significa valorar
los aportes, las diferencias, el regalo de los carismas dentro de la Iglesia
sabiendo que cada uno, desde su cualidad, aporta lo propio pero necesita de los
demás. Sólo el Señor tiene la plenitud de los dones, sólo Él es el Mesías.”[xxii].
Uno de los elementos que
obstaculiza e impide ser constructores de unidad es la tendencia, cada vez más
fuerte, dada la falta de diálogos sinceros, al chisme. El Papa a las
contemplativas de Perú les encomendaba la unidad de la Iglesia, de los
sacerdotes, de los consagrados…y reconocía que esta unidad se rompe fácilmente
cuando en nuestras fraternidades damos cabida “al chisme”. De una manera
gráfica describía las pésimas consecuencias de esta nefasta tendencia: “¿saben lo que es la monja chismosa?
Es terrorista, porque el chisme es como una bomba, entonces va y como el
demonio, tira la bomba, destruye y se va tranquila. Monjas terroristas no, sin
chismes, que no haya chismes en el convento, porque eso lo inspira el demonio,
porque es chismoso por naturaleza y es mentiroso”[xxiii].
Son estas expresiones muy fuertes que
nos deberían espolear y ponernos en camino para pasar del consumir/destruir
fraternidad (local y federal), al construir/edificar la gran fraternidad
cristiana (local y federal). Sin embargo, para que ese viro existencial se dé,
hay que desearlo y pedirlo intensa y diariamente; hay que mirar a Quien es la
Verdad por excelencia y, unidas a Él, adheridas e identificadas con Él, seremos
Buena Noticia para los que nos rodean y generadoras de vida.
A partir de ahí, es decir, desde la
mística, desde la contemplación del amor entregado y derramado, desde una vida
sobrecogida por el ser y actuar de Jesús, traigamos a la mente su manera de
proceder en la pasión: sólo desde Él, nos sentiremos arrastradas a dar los pasos
necesarios para evitar todo aquello que nos aleja del único Camino que conduce
a la comunión.
La Iglesia, en el documento “La vida
fraterna en comunidad”, señala algunos pasos para mantenernos en la senda de la
conversión de actitudes que potencien la liberación interior capaz de hacer que
un grupo de mujeres sea una verdadera fraternidad cristiana y clariana. En primer lugar, “es necesario que,
desde el principio, se erradiquen las ilusiones de que todo tiene que venir de
los otros y se ayude a descubrir con gratitud todo lo que se ha recibido y se
está recibiendo de los demás”.[xxiv]
En segundo lugar, “se ha de tomar
conciencia de los sacrificios que exige vivir en comunidad y a una aceptación
de los mismos en orden a vivir una relación gozosa y verdaderamente fraterna, y
a todas las demás actitudes típicas de un hombre interiormente libre; porque
cuando uno se pierde por los hermanos se encuentra así mismo…”[xxv]
En tercer lugar, “el ideal
comunitario no debe hacer olvidar que toda realidad cristiana se edifica sobre
la debilidad humana… Las comunidades no pueden evitar todos los conflictos; la
unidad que han de construir es una unidad que se establece al precio de la
reconciliación”[xxvi] (a
este respecto, Clara nos enseña que ante un gesto o palabra entre hermana y
hermana que den lugar a la turbación o escándalo, inmediatamente, la causante
ha de pedir perdón postrada a los pies de la otra y suplicarle que rece por
ella; la otra, por su parte, ha de perdonar con generosidad a su hermana toda
injuria)[xxvii].
Por último, es necesario cultivar las
cualidades requeridas en toda relación humana: educación, amabilidad,
sinceridad y confianza mutuas así como capacidad de diálogo, control de sí,
delicadeza, sentido del humor, espíritu de participación, alegre sencillez, paz
y gozo de estar juntos y adhesión sincera a una benéfica disciplina
comunitaria”[xxviii].
Como en los inicios de la vida
evangélica de la hermana y madre Clara y de las pocas hermanas que después de
su conversión el Señor le dio, volvamos a caminar tras las huellas de Aquél que
nos amó totalmente, al estilo que ella y Francisco nos enseñaron con su vida.
“Y aunque débiles y frágiles corporalmente, no rehusemos indigencia alguna, ni
pobreza ni trabajo ni tribulación, ni afrenta ni desprecio del mundo, sino que
al contrario”[xxix],
mirémosle fija y prolongadamente, consideremos una y otra vez Su Amor y entrega
por nuestra salvación, y contemplémoslo con el renovado y purificado deseo de
seguirle en pobreza, humildad y fraternidad, sabedoras de que así estamos
realizando la misión a nosotras encomendada: ser sostenedoras de los miembros
vacilantes de Su Cuerpo que es la Iglesia, entre ellos, nosotras y nuestras
hermanas de fraternidad y federación. Verdaderamente, “se necesita ´sinergia´
entre el don de Dios y el compromiso personal para construir una comunidad
encarnada, es decir, para dar carne y concreción a la gracia y al don de la
vida fraterna”[xxx].
Os deseo una santa y fecunda Cuaresma:
el pronto retorno a los caminos del Señor, la conversión al santo Evangelio y a
la vida fraterna clariana. Rezo por vosotras y me encomiendo a vuestras
oraciones, vuestra hermana y servidora
Sor Mª Teresa Domínguez Blanco o.s.c.
Presidenta Federal
[i] Mensaje del papa Francisco para la Cuaresma
del 2018
[ii] Ibid
[iii] 1ªCtaCl 6
[iv] TestCl, 39
[v] Ef. 4,1
[vi] TestCl, 18
[vii] Ibid, 21
[viii] Ibid, 74
[ix] La vida fraterna en comunidad, Nº 23.
CIVCSVA, 1994
[x] Orientaciones sobre la formación en los
Institutos religiosos, Nº 37-38. CIVCSVA, 1990
[xi] Ibid
[xii] “La
naturaleza del hombre viejo desea ciertamente la comunión y la unidad pero no
pretende ni quiere pagar su precio en términos de compromiso y entrega
personal. El camino que va del hombre viejo –que tiende a cerrarse en sí mismo-
al hombre nuevo, que se entrega a los demás, es largo y fatigoso”. La vida fraterna en comunidad, Nº 21
[xiii] RCl VIII,1-2
[xiv] Ibid. X, 2 y TestCl 67
[xv] RCl X, 6-7
[xvi] Ibid, VIII, 15-16
[xvii] El Evangelio como Forma de Vida. A la escucha
de Clara en su Regla. Federación Santa Clara de Asís de las Clarisas de
Umbría-Cerdeña, 2007, p.537
[xviii] Op. Cit. p. 538
[xix] La vida fraterna en comunidad, Nº 23
[xx] CtaM 15
[xxi] RCl IX, 5-6
[xxii] Discurso
del papa en el encuentro con sacerdotes, religiosos/as y seminaristas.
Trujillo, Perú, 20 de enero de 2018
[xxiii] Homilía del papa con religiosas
contemplativas en el Santuario del Señor de los Milagros, Lima. 21 de enero de
2018
[xxiv] Op.cit. Nº 24
[xxv] Ibid. En el Nº 25 de este documento, se
especifica al respecto: “Mientras la sociedad occidental aplaude a la persona
independiente, que sabe realizarse por sí misma, al individualista seguro de
sí, el Evangelio requiere personas que, como el
grano de trigo, sepan morir a sí mismas para que renazca la vida fraterna”
[xxvi] Ibid, Nº 26
[xxvii] RCl IX, 7-11
[xxviii] La vida fraterna en comunidad, Nº 27
[xxix] TestCl 27
[xxx] La vida fraterna en comunidad, Nº 23

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