PROT. Nº 23/2018
Madrid, a 31 de marzo de 2018
Queridos hermanos, paz y bien.
Compartimos en estos días la gran alegría
de la resurrección de Jesús muerto en la cruz. El rostro desfigurado de Cristo que
ha soportado los ultrajes de quienes, ciegos por su ideología religiosa, le condenaron
a muerte por declarar a Dios como Padre suyo, resplandece como luz sin ocaso para
toda la humanidad.
La experiencia del resucitado es única,
porque única es su promesa de que estará con nosotros hasta el fin del mundo (Mt
28,20) después de haber transformado la muerte en vida, una vida resucitada.
Este es el testimonio
de los primeros testigos: Jesús "ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea;
allí le veréis" (Mt 28,7). Las amenazas y la violencia sufridas por él durante
su ministerio público se transforman en vida tras el trance de la cruz. Jesús se
presenta ante la humanidad como el hombre que vive reconciliado con todos desde
el amor del Padre. El impacto de esta buena noticia causó temor y alegría en aquellas
mujeres que acudieron al sepulcro a velar un muerto. Pero lo que se revela es que
en Jesús no hay muerte, sino vida. Y es una vida que se hace camino: concentrarse
en un primer momento en Galilea para experimentar de nuevo la intimidad con Él para
ser enviados de nuevo a través de la fuerza del Espíritu Santo a hacer discípulos
suyos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo (Mt 28,19).
Como Hermanos y Menores confesamos que
este acontecimiento de la resurrección del Señor nos afecta de lleno, hasta el punto
de haber sido seducidos y entregado nuestras vidas por
Él. En la experiencia de la resurrección encontramos la confirmación de nuestra fe, la fortaleza de
nuestra esperanza y el vigor de un amor que nos empuja a entregarnos por toda la
creación.
Cuando acudimos a la biografía de San
Francisco encontramos con facilidad esta misma experiencia de transformación de la muerte
en vida: el
encuentro con el leproso, los ladrones que lo maltratan, el desprecio
de sus paisanos, las dificultades con los hermanos, la experiencia del monte Alverna,
o la misma situación de enfermedad en medio de la cual escribe el cántico de las
criaturas... Todo ello nos habla de un hombre que
ha dado crédito a la presencia
de Dios a través del Hijo que se revela como vida en toda circunstancia.
Y
nosotros, hermanos, estamos llamados a vivir esta novedad de la resurrección del
Señor que lo recrea todo en nosotros. Facilitarnos esta
experiencia, como reconocerla
en los demás y en toda la creación y poderla compartir, es
uno de
los mejores servicios que
nos podemos hacer.
Las
dificultades, lejos de socavar nuestro ánimo, se constituyen
en mediación imprescindible para abrirnos en confianza a Dios. Nuestras fuerzas cuentan, pero
también cuenta nuestra fragilidad.
Esta última, lejos de convertirse
en amenaza, se
constituye en posibilidad para abrirnos a la vida de los demás y de Dios.
Estos son tiempos para vivir la fe en toda su hondura.
Fe es lo que Jesucristo siempre quiso suscitar en sus discípulos,
en los judíos y también en los extranjeros.
La fe se dinamiza al experimentar
la novedad del resucitado.
Ella nos abre la puerta a la
adoración auténtica. Preciosa resulta la imagen empleada por E. Leclerc en Sabiduría
que un pobre para referirse a la adoración: si supiéramos adorar nada podría
verdaderamente turbarnos: atravesaríamos el mundo con la tranquilidad de los grandes
ríos.
Dios nos bendice con su gracia
a todos en este tiempo de
Pascua y siempre. Confiemos en
Él, experimentemos
la presencia de Dios en nosotros que nos convoca en la "Galilea" de nuestros corazones y de aquellos lugares que identificamos
como fundantes en nuestras biografías personales y comunitarias, abrámonos con determinación
a
la novedad
de
su
vida como mediación fundamental
para
la
renovación de toda la creación,
llevemos con sencillez y decisión la buena nueva del
crucificado-resucitado a las personas con quienes compartimos vida y misión. Feliz pascua de resurrección de Nuestro Señor Jesucristo para todos vosotros y las personas
que misionan junto a vosotros.
Recibid un abrazo fraterno.
Fr.
Juan Carlos Moya Ovejero, ofm
Ministro provincial
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